Prólogo.-
La escritura de quien no reconoce límite alguno
Desde una tierra hermosa, llena de mitos y sentencias, una poeta describe su contorno que no tiene límites como el Universo.
Maigualida Pérez Paredes (Yaracuy, Venezuela) testimonia desde el verso profundo y simple, lapidario y filosófico, todo cuanto le parece atractivo a su paso. Es una bendición, poderlo hacer desde la escritura lírica, que es sin dudas el único discurso de la verdad.
Porque no hay nada que ella revele en Caniculares (Días de perros) que uno no dé, por cierto, aun cuando ella ficciosa, manipula, interviene ese mundo que le rodea y que es tan
real como irreal como pueden ser los pensamientos más elevados. Porque la poeta junta, mezcla, cohesiona, lo real con lo fantástico, lo vivido con lo soñado, la experiencia con el deseo, tal y como si su deseo de testimoniar, que no tiene otro fin que entregar su experiencia como manera de compartirla, no tuviese límites. Ese es el verdadero Universo que se dibuja en la geografía infinita de la poesía de Maigualida Pérez Paredes. Por lo que su poesía precisa de lectores desprejuiciados y abiertos a toda experiencia.
Nada le es ajeno, ni el paisaje, ni la sociedad ni su experiencia familiar. Nada queda fuera de ese ojo inquieto y de vista profunda que puede alcanzar esas zonas veladas para una mayoría.
Las manos tantean/ los ojos exploran/ y la esencia del cosmos/ nos da su luz infinita. Dicen sus versos con esa autenticidad de revelar su interés por abarcarlo todo. Y esta poesía, que está dramatizada por una honestidad a pruebas, por una sinceridad que
parece no tener tabú ante ningún tema, lo logra.
Para reposar todo ese mundo diverso, rico, explosivo a veces, ella utiliza todas las maneras que la poesía propicia, tanto el verso como la prosa. Porque la poesía está justo en la
manera en que revela, cuenta, comparte historias, y no en las formas.
Escritura surgida en una tierra hermosa, de paisajes sorprendentes, de personajes reales e irreales asombrosos, de creencias y fe, de misterios, esta poesía reverencia esos puntos cardinales reconocibles en esa tierra venezolana, donde la mujer ha ganado una presencia
jerárquica y endiosada desde que María Lionza, conquistó lugar en un mito que parece
regir desde el pasado el presente y que esta autora reverencia en su escritura.
Las aguas que fertilizan los suelos de Yaracuy también se entrecruzan con esta poesía que reverencia la geografía en que reposa cada historia, cada revelación. El paisaje es como si fuese otro personaje principal que también quiere en su voz testificar. Porque no es posible para una poesía tan raigal, tan aferrada a su tierra y a los problemas, sueños, conquistas y deseos de su pueblo, no describir, de maneras muy diferentes, pero todas efectivas, ese paisaje que propicia las deslumbrantes historias que aquí se cuentan.
Hija de una cultura creativa, en que la música, la palabra y la danza, ocupan un arraigado lenguaje que se hace suficiente para expresar dolores y felicidad, de manera auténtica y particular, no podría ser esta poesía sino el resumen de todos esos movimientos y sonoridades. Expresados con autenticidad y pericia se expresan en esta escritura, como complemento o acompañamiento a una palabra pulida y trabajada, como exige la poesía que revela y alivia, auxilia y responde algunas de las múltiples preguntas que nos hacemos a diario. Aquí radica la grandeza de esta escritura que anuncia verdades y desafíos, que propicia cambios interiores, profundos, por lo que da la posibilidad de que sus lectores salgamos renovados después de tener la experiencia de convertirnos en lectores de Maigualida Pérez Paredes.
Arístides Vega Chapú
*Miembro de la Unión de Escritores y
Artistas de Cuba UNEAC.
*Vicepresidente de la sección de Literatura de la
Filial Provincial
de UNEAC en Villa Clara.
*Coordinador del Circulo de la Crítica del 2004-2006.
*Dirige el Taller de Creación Literaria en el
municipio de Placetas- Villa Clara.
*Dirige junto a RR Rojas y José Ángel Hernández el
Taller de Creación Literaria de la
Universidad Central de Las Villas-Cuba.
Pre-ambulo.-
Las Caniculares de Maigualida
Comienzan con el nacimiento
de un cosmos, el surgir de un mundo que, al modo de Jorge Guillén (quien labró
un idioma para “Cántico”) se abre con el lenguaje nuevo. Para Guillén la
eclosión comienza con la luz. Para Maigua inicia con el silencio. Es el
silencio que se niega a sí mismo porque va a testimoniar la puesta en marcha de
las mecánicas de la vida. Contradictorio, sí, que sea la palabra la que
manifieste la falta de palabras, el silencio, pero es la realidad poética la
que nos coloca en situación. Y se pone en acción la rueda de la existencia en
la que el poeta-espectador-creador salva con la palabra las orillas de lo que
acontece. El acontecimiento es interior, movilizaciones en ese espacio
sensible, catástrofes de los sentimientos, climas apocalípticos que hacen
resonancia en la carne del ser y que nos dice que la energía violenta del
universo es la misma que azota los átomos de esta materia sensible que es la
Persona. La aparente parsimonia con que el cuerpo se mimetiza en el ambiente da
cuenta de la dialéctica de la vida en la que destella la quietud sobre una piel
de violencia. La memoria personal es el grabado ancestral del acaecer milenario
sobre la tierra. Esto lleva a la poeta a desprenderse, a soltarse sin
miramientos de su estado matérico para ser luz y sonido ritmado para atravesar
las eras. Encarar ese “estado de guerra” sin tropas visibles, admitir el
encuentro desaforado es atemperar el pulso y perseguir las señas que sólo es
perceptible a los visionarios. A la manera de testimoniadores de tiempos
pasados, fija en un lado la columna de hechos y espasmos, y al otro las notas
al margen que sintetizan o subliman con la precisión inflexible lo
testimoniado. ¿Qué pasa con la especie y los oportunos guías de esa especie?
¿Qué motiva ese eterno retorno de pesadumbres y padeceres? ¿de qué témpano o
fragua emerge la criatura de los castigos? Canícula y calima, los dos Uno, todo
fuego, calor es el desespero del devenir en una circunstancia que tiene raíz en
el contexto cercano y en el territorio de los dominios. En la hora reciente y
en la historia olvidada. ¿Para qué el dibujo de un territorio? ¿Para llamarlo
nación? ¿Podrían ser los recuerdos el único refugio a lo concurrente? La poeta
ensaya todas las posibilidades de abstraer de los hechos un zumo amargo que
hará alquimia con el entendimiento, porque se persigue con desespero la
comprensión. No era tan eterna la eternidad, hay una esquina que súbita se
cruza y nos cambia el panorama. Se pasa revista a los detalles de pequeñas
crueldades cercanas entre los azotes generales. ¡Vaya! ¡qué prueba de vida
entre amenazas de muerte! Luego todo cabe, se hace el gesto más dialogante, más
de anecdotario, de misceláneas, cosas variadas que han dejado un contorno, como
una película de represión argentina o un cantante sin edades que se descuelga
de sus bipolaridades. Porque al final es la vida, la que insiste y se hace
faro, alarma, ungüento después de la guerra en el cerebro. Un brevario
extendido como corolario que se alimenta de momentos y animaciones disímiles,
caja de recortes de muchísimos colores. Podría ser materia para un tapiz
abarcante y armonioso o el recurso contra la nada. La pasión que nunca vuelve,
le rebeldía de una prosa. ¿Dónde resonaba la advertida eclosión?
Radames Laerte Giménez
*Ganador de Premios como: Salvador Garmendia 2014, IPASME 2015 y
Stefanía Mosca 2016.
*Autor, entre otros, de: Campana de Piedra, Los Troyanos.
Profesor, Escritor y Cineasta
*A todos los interesados en CANICULARES por correo lo envío en Pdf totalmente gratuito*